jueves, 13 de marzo de 2008

Carta abierta a la Comunidad Educativa

Pretendo con estas someras líneas llevar a cabo una reflexión respecto a la Orden que regula el programa de calidad y mejora de los rendimientos escolares en los centros docentes públicos de Andalucía (BOJA nº 42 del 29 de febrero de 2008).

Aunque no se diga, es evidente que el problema ─y muy grave, como todos sabemos─ que se quiere atajar es el del fracaso escolar. Para ello, bajo la apariencia de un “programa de calidad y mejora” y a través de la “incentivación económica” del profesorado, se propone alcanzar erróneamente unos objetivos educativos que lo palien.

Se ha hablado en exceso del fracaso escolar; no voy a entrar en sesudos análisis aquí y ahora. Para todos nosotros los docentes, los que verdaderamente sabemos por experiencia propia lo que significa, el “diagnóstico” y la “terapia” hace tiempo que se han identificado. Yo añadiría algo muy simple: el fracaso escolar es el fracaso de la sociedad misma y, aunque complejo, no ha existido hasta ahora una auténtica voluntad de solucionarlo. De tal fracaso escolar-social, pues, cada uno y cada instancia son responsables justo en la medida que ha contribuido (en su génesis), o contribuye, a que perdure y no se solucione: la legislación educativa, el papel de las familias, el alumnado y, cómo no, los docentes. Pero no todos poseen la misma responsabilidad.

Si esto es así, buscar una mejora del rendimiento escolar implicaría atender a todos esos agentes o factores que están de manera necesaria involucrados en el éxito escolar (sin olvidarnos de otros importantes, como los medios y recursos materiales); también en la medida de su responsabilidad. Por ello, no resulta creíble ni serio querer mejorar los resultados académicos poniendo todo el peso de la responsabilidad sobre los hombros de los profesores, como da a entender la citada orden. Con ello, se está presuponiendo algo por completo falso: que el fracaso o el éxito escolar es solo responsabilidad del docente. Aprobar el programa significaría admitir una culpabilidad inexistente y que todo obedece a nuestras “malas prácticas docentes”.

Como todo esto es indigerible, y además lo saben; como lo que importa más bien es el maquillaje de las estadísticas negativas que la calidad y mejora de la educación, y que al final el "quesito" sea favorable; en definitiva, la percepción o impresión social y política de que el enfermo ─de forma errónea─ ha mejorado, se quiere tentar al profesorado económicamente. Pero, si el rendimiento escolar no depende en exclusiva de los profesores ¿qué sentido tiene recompensarle económicamente por algo que, además, forma parte de su deber? Y ¿por qué no incentivar también económicamente al alumno y a su familia, puesto que están involucrados directamente? Creo que la explicación no es nada difícil: porque al fin y al cabo el que tiene el poder de aprobar o suspender ─creo que ya ni eso─ al alumno es el profesor, y la manera rápida y directa de solucionar el problema del fracaso escolar es intentar “comprar” los aprobados; o dicho con otras palabras: hacer que los docentes, para que no se atraganten, se coman el “quesito estadístico” con manteca dineraria (se me está ocurriendo otro símil menos agraciado que todos ustedes pueden fácilmente imaginar). ¿Dónde queda nuestra dignidad profesional?

Se pueden tener diversos motivos personales para apoyar el programa oficial. Pero ¿en quién o qué se estaría pensando?; ¿en la calidad de la enseñanza?; ¿en mejorar los rendimientos de los alumnos? ¿Acaso los motivos personales pueden legitimarlo todo?; ¿pueden justificar la inmoralidad, la falta de profesionalidad o la deshonestidad?. Pienso que el fin no justifica los medios.
Para informarse más ampliamente sobre el tema, se puede visitar los sitios Web de los sindicatos: