domingo, 17 de febrero de 2008

MATERIALES APOYO GRUPO FILOSOFÍA II (Actividad problema relaciones fe-razón)

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  1. Artículo de Francesc Torralba Roselló en Forum Libertas:


Francesc Torralba Roselló
Ciencia y consciencia


No todos los científicos son creyentes, ni todos son, por definición, agnósticos o ateos. Pero el mundo parece tener una Razón.

El siglo XX conoció un progreso científico espectacular. En el campo de la física celebramos apenas hace dos años el centenario de la publicación de los artículos de Albert Einstein que abrieron paso a la nueva física e hicieron posible los enormes descubrimientos del siglo XX, tanto en el campo de las partículas atómicas como en el de la astrofísica.
Los descubrimientos en el campo de la biología y de la medicina todavía suscitaron un interés mayor. Celebramos hace relativamente poco el cincuenta aniversario del descubrimiento, obra de Watson y Crick, de la molécula de ADN, el mecanismo de transmisión de la vida.
Hace apenas unos años, el 26 de agosto del 2000, completando aquel descubrimiento, los científicos anunciaron la secuencia completa del genoma humano. Por primera vez se identificó la cadena de una molécula de ADN humano, una monumental enciclopedia que contiene las instrucciones para el funcionamiento del organismo humano.
Estos descubrimientos y, en general, los progresos de la ciencia, más que infundir miedo, revelan cada vez más el orden intrínseco de la naturaleza. Todo descubrimiento científico, hecho según las reglas de la investigación científica, es un bien para el hombre, independientemente de su aplicación concreta.
Contrariamente a lo que tan habitualmente se afirma, el desarrollo científico no entra en contradicción con la hipótesis de un Creador absoluto, aunque, en sentido estricto, tampoco es un argumento concluyente a favor de su existencia.
No todos los científicos son creyentes, ni todos son, por definición, agnósticos o ateos. Sin embargo, la lógica intrínseca de los fenómenos naturales, la racionalidad de los procesos y la maravillosa estructura del ser más íntimo de las cosas da que pensar a la consciencia humana.
El hecho de que el ser humano pueda comprender con su razón la Razón (el Logos) que rige los fenómenos del mundo, confiere sentido a la idea de que el ser humano está creado a imagen y semejanza de una Racionalidad infinita, de que exista una especie de correlación simétrica entre el orden el mundo y el orden de la lógica humana.
Eso no significa que el ser humano comprenda todo cuanto ocurre, pero tiene la capacidad racional de explorar el mundo natural y captar algunos indicios de esta Racionalidad a través del arduo ejercicio de la investigación.
El desarrollo científico -decíamos- es un bien para la humanidad y deberíamos ser capaces de suscitar esta vocación entre los más jóvenes y despertar su curiosidad intelectual. Este desarrollo debe operarse siempre y en cualquier circunstancia dentro del marco de los principios éticos.
Algunos desearían una ciencia value-free, sin vínculos de tipo ético o legal, sin más límite que el impuesto por el mismo progreso de la ciencia, pero cuando está en juego la dignidad de la persona humana, este criterio no se puede aceptar. No todo medio es lícito para alcanzar un fin, aun cuando éste sea bueno.
En este debate, es esencial articular correctamente el principio del respeto a la dignidad de la persona humana con el de la legítima libertad de investigación. Una libertad que rebasara el primer principio tendría consecuencias muy graves.
La alianza entre ciencia y conciencia pasa necesariamente por el reconocimiento del principio fundamental: el respeto de la dignidad humana. Es el principio sobre el que se basan nuestras sociedades democráticas: que todo ser humano posee una dignidad inalienable, que le es connatural, no concedida por autoridad alguna, independiente de su religión, clase social, edad, sexo o cultura.
Este principio, reiteradamente expresado en las constituciones de los países europeos y también en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre (1948) constituye la piedra angular de nuestro sistema social, político, educativo y sanitario. En este punto convergen la mentalidad cristiana y el agnosticismo cultivado, coinciden personalidades como Joseph Ratzinger y Jürgen Habermas.
Desde una perspectiva cristiana, la razón de tal dignidad deriva del hecho de que todo ser humano es creado a imagen y semejanza de Dios. Un autor tan poco sospechoso de clericalismo como Umberto Eco, tras haber hecho su preceptiva profesión de ateísmo se pregunta cómo una parte de la humanidad ha podido imaginar un Dios hecho hombre, dispuesto a dejarse morir por amor a la humanidad.
El hecho que la humanidad haya podido concebir una idea tan sublime -dice Eco- le lleva a nutrir un gran sentimiento de estima hacia ella.
No todo lo que es técnicamente posible, es, por ello mismo, moralmente lícito. Los grandes descubrimientos de nuestro tiempo nos han acostumbrado a un sentimiento de omnipotencia en la investigación, como si no tuviera límites, o como si estos límites no debieran ser impuestos por instancias ajenas a la ciencia.
Pero la ciencia no es una actividad desgajada del resto de la vida del hombre y, como tal, debe estar limitada por la estricta observancia de la conciencia ética.
La biología y la medicina moderna no pueden olvidar que, a pesar de sus maravillosos descubrimientos, no pueden llegar a la unidad intrínseca del ser humano, a su integridad personal compleja, que une subjetividad y corporeidad.
Las ciencias de la vida se aproximan al hombre desde fuera, no desde dentro, porque el hombre posee una dimensión psíquica irreductible, que llamamos conciencia, que no se puede explicar como un simple resultado emergente de una evolución puramente material. La conciencia pertenece a otro orden. Como decía Blaise Pascal, el hombre supera infinitamente al hombre.

2. Concepto de Gnosticismo:

Bajo este nombre se comprende todo un complejo de sistemas heréticos que tomaron este nombre en el siglo II y III (continuando bajo formas veladas pero con los mismos principios aún hasta nuestros días), los cuales, mediante un sincretismo filosófico-religioso, intentaron dar una explicación racional a los misterios del cristianismo.Punto de partida del gnosticismo es el problema del mal que resuelve mediante la aceptación de un dualismo radical entre Dios y la materia. Dios, que es el ser esencialmente espiritual, capaz de desenvolverse y desarrollarse, engendró los seres espirituales y eternos como él (eones). La primera pareja de eones (sicigia), macho y hembra, procedieron directamente de Dios; las demás proceden la una de la otra por sucesiva evolución. Sucedió que, en el proceso evolutivo, los eones que conforme se iban alejando de Dios se hacían cada vez más imperfectos, un eón prevaricó y fue excluido del pléroma, o sea, de la sociedad de todos los eones. Este, a su vez, prolificó dando origen a otros eones malvados como él, y creó el mundo y al hombre; fue adorado como Dios por los hebreos, los cuales le dieron el nombre de Jahvé, el Demiurgo. Pero un eón superior puso en el hombre, a escondidas, un germen divino, el cual se vio, de este modo, prisionero en la materia y comenzó a sufrir persecución por parte del demiurgo. ¿Cómo es posible a este germen divino verse libre del cuerpo? De la siguiente manera: uno de los primeros eones superiores se encarnó, tomó la forma, el fantasma, de Jesús de Nazareth, y enseñó a los hombres, mediante su predicación, el medio de poderse salvar. Pero el Evangelio de Jesús de Nazareth, si puede convencer y ser suficiente para los ingenuos y los simples, no lo es para los demás; para éstos se requiere una gnosis más profunda del Evangelio. Los hombres, por tanto, se dividen en tres grupos: los ílicos (materiales) para los cuales no hay salvación posible; los psíquicos, que pueden salvarse con la ayuda de Jesucristo, y los pneumáticos o gnósticos perfectos, los cuales ya tienen la salvación en la gnosis y, por tanto, no tienen necesidad de salvación. Cuando la gnosis haya realizado la liberación del germen divino en el hombre y el Demiurgo sea sometido a Dios, entonces el mundo material será destruido y sobrevendrá la restauración universal. Los centros principales del gnosticismo se encontraron en Siria y Alejandría; sus maestros principales fueron Cerinto, Saturnino, Basílides y Valentino. Según San Ireneo, Cerinto debió de enseñar la distinción entre el Dios supremo y el Demiurgo. Jesús, hijo natural de María, era un hombre normal como los demás; después de su bautismo bajó sobre él una virtud especial, proveniente del Dios supremo, en forma de paloma; antes de su pasión, esta virtud que estaba en Cristo abandonó a Jesús, que sufrió y murió como todos los demás hombres, mientras que el Cristo permaneció impasible y sigue existiendo espiritualmente.
Según Cayo, Cerinto exhibía un libro de revelaciones que decía haber recibido de manos de los mismos ángeles y, según el cual, tras la resurrección de la carne, se gozará de toda clase de placeres y de voluptuosidades durante mil años.
Saturnino admitió la existencia de Dios Padre, creador de las potencias angélicas; éstas, a su vez, crearon el mundo y al hombre; pero, como quiera que el hombre creado por los ángeles no podía tenerse en pie, Dios infundió en él una centella de vida, por la que éste se sostuvo, articuló sus miembros y comenzó a vivir. Surgió, entonces, entre los ángeles creadores y el Dios supremo una lucha que se traspasó también a los hombres buenos y malos; buenos los que creían en el Dios supremo, y malos los que creían y adoraban a los ángeles creadores y, en particular, a Jahvé que era uno de los cabecillas de los ángeles. Para abatir toda la potencia angélica y para sacar a la humanidad del dominio del ángel Jahvé, Dios envió un Salvador, Cristo, que apareció en un fantasma humano, incorpóreo.Basílides conservó esta teoría de la oposición entre el Dios supremo y los ángeles creadores, que son la trescientos sesenta y cinco emanación de los eones. Estos ángeles, con Jahvé a la cabeza, crearon el mundo, dieron la ley a los hebreos e inspiraron a los profetas. El Cristo, primero de los eones, engendrado por Dios e increado como espíritu, a fin de librar a los hombres de la esclavitud de Jahvé, apareció bajo la semejanza de Simón de Cirene, el cual fue quien, en realidad, llevó la cruz y fue crucificado puesto que el Cristo increado no podía morir.
Valentino dio otra impronta al gnosticismo. En la base de su sistema está la teoría de los eones, los cuales se interponen entre Dios y el mundo, el bien y el mal, intentando ser una conciliación. Al principio de los eones Valentino pone el Abismo, el Padre no ha engendrado, con su compañera el Silencio, de cuya unión surgió la pareja mente-verdad, y ésta engendró sucesivamente el verbo y la vida, el hombre y la Iglesia. De la pareja verbo-vida nacieron diez eones (cinco parejas de machos y hembras); de la pareja hombre-iglesia nacieron doce eones, o sea, otras seis parejas. Todos estos treinta eones formaron el pléroma que es "la sociedad perfecta de los seres inefables". El último de los eones, la Sabiduría (Sofía), fue presa del deseo de subir a la fuente del pléroma y conocer al Padre Abismo, pero fue tal y tan grande el coraje que le cogió por no poder conseguirlo que rompió la felicidad de todos los eones inferiores. De este desequilibrio nacieron todos los males, por parejas: temor e ignorancia, tristeza y llanto, etc.; al final estaban también las tres sustancias: la materia animada, la inanimada y la materia espiritual, sustancias que son, más o menos, los componentes del hombre, el cual, por esto mismo, está dividido según sustancias que lo componen en hombre material, hombre psíquico y hombre espiritual. A fin de recomponer las cosas, de la pareja eónica mente-verdad salió la pareja Cristo-Espíritu Santo. El eón Cristo descendió, en forma de paloma, hasta Jesús de Nazareth, del cual, después que hubo predicado y enseñado a los hombres la manera de verse libres de las pasiones, se marchó y subió a la perfección del pléroma en el momento de su presentación ante Poncio Pilato, permitiendo que sufriese y muriese el elemento material revestido de su apariencia.
El gnosticismo fue combatido por San Ireneo, San Hipólito Romano, Tertuliano y Orígenes.

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